La variación lingüística y unidad ortográfica en la lengua española son elementos complementarios que contribuyen al desarrollo y vitalidad actual del español.
La variación es connatural al uso lingüístico y una lengua como el español, de tal extensión geográfica y diacrónica, es evidente que muestra usos distintos y preferencias comunicativas variadas.
El español presenta diferencias:
- Diatópicas: derivadas de su proceso de expansión y del contacto con las distintas lecguas autóctonas. El español hablado concretamente en el Caribe costero e insular y en las llamadas tierras bajas, comparte en general rasgos comunes con las hablas de Andalucía; mientras que el español de las zonas altas (altiplanicies y zonas del interior) tiene características comunes con el castellano norteño de la Península Ibérica.
- Diastráticas: por las características de la competencia lingüística de los individuos, podemos distinguir un uso de la lengua según los usos sociales y considerar la existencia de hablantes cultos, medios y populares. Cada sociedad tiene sus rasgos lingüísticos estratificados de manera que aquéllos que en una comunidad pertenecen al habla prestigiosa, en otra pueden tener una connotación abiertamente vulgar o popular. De ahí que un rasgo lingüístico pueda estar muy extendido por Hispanoamérica, pero con valoraciones sociolingüísticas muy diferentes entre las diferentes comunidades lingüísticas que lo reconocen.
- Diafásicas: cada hablante según las circunstancias de la comunicación (el tema, el interlocutor, su estado de ánimo, etc.) alterna estilos de lengua que son perfectamente identificables por los miembros de su comunidad y confieren variedad de registros y adecuación a sus actos de comunicación. Indudablemente, el individuo culto es más capaz de alternar y cambiar de estilo de lengua o de incorporar a su estilo de habla familiar rasgos lingüísticos de un nivel social considerado popular. Sin embargo, no sucede lo mismo en el caso del individuo popular: cuanta menos instrucción tenga, menos posibilidades tiene también de poder cambiar de registro, quedando atado a su único y reducido conocimiento de la lengua.
En el caso del español americano, estas diferencias responden en líneas generales a los parámetros del siguiente cuadro, aunque aún podríamos descender a más detalles:
La ortografía como factor de unidad
Un elemento no siempre suficientemente valorado es la ortografía. La escritura es un factor unificador muy potente que ha demostrado su alta eficacia en procesos de disgregación lingüística.
Aunque el español se pronuncie de forma distinta según la procedencia o el sociolecto del hablante, siempre se escribe igual, lo que se convierte en un apoyo vital para el afianzamiento de la norma lingüística del español. En este sentido, hay que mencionar la fidelidad de los países hispanoamericanos a la forma de escritura normativa, pese a que en algunos aspectos está alejado d su pronunciación.
De otra parte, hay que mencionar además, el prestigio sociolingüístico que tiene el individuo que conoce y maneja con competencia las normas de expresión escrita, aspecto este un tanto descuidado en España y en el que el sistema educativo actual, por asombroso que parezca, no consigue producir ciudadanos competentes en la escritura. Y no se puede argumentar un contacto con otras lenguas o unas diferencias de articulación, porque nada de esto es extraño a las hablas americanas.
Tras los distintos procesos de independencia de los países hispanoamericanos, en algunos hubo un conato de diferenciación y trató de difundirse una «ortografía americana», adecuando las grafías a sus usos lingüísticos. Los distintos intentos no pasaron de ser experimentos con poco éxito que fueron abandonados para recuperar la ortografía convencional.
El papel de las Academias de la Lengua
En este sentido hay que mencionar la fuerte implicación de los países de América en la Real Academia de la Lengua Española creada en 1713, estableciendo las academias correspondientes en sus capitales, a veces sólo unos años después de sus propios procesos de independencia.
Desde la primera, fundada en Bogotá (Colombia) en 1871 hasta la Academia Norteamericana de la Lengua Española (creada en New York en 1973) un total de veintidós componen esta institución que recoge la demandas de renovación lingüística y establece propuestas y pautas normativas sobre la lengua española.
Con mayor o menor seguimiento, la Academia ha desempeñado un papel importante como punto de convergencia lingüística y unificación idiomática. Transitoriamente algunos países americanos cayeron tras su independencia política bajo la órbita cultural de Inglaterra o Francia, llevados por el natural rechazo que un proceso de emancipación suscitaba hacia todo lo que fuera español.
Pero la ruptura total nunca se dio y es opinión común que las mejores páginas de la literatura española del siglo XX están escritas por autores hispanoamericanos. Durante décadas la Academia ha sido el referente para la enseñanza y la instrucción pública americana y su seguimiento repercute indudablemente a favor de esa unidad cultural.
Lo común y lo divergente en el español americano
Las peculiaridades lingüísticas del español americano están adscritas, en general, a uno o varios de los niveles diastráticos, diatópicos o diafásicos mencionados anteriormente.
Sólo hay dos fenómenos, uno de pronunciación y otro de morfología, que se dan de manera general y con independencia de los niveles sociolingüísticos en todos los territorios de habla española en América: el seseo y el uso del pronombre ustedes como fórmula de tratamiento de confianza.
Para la interpretación y adecuada valoración de éstos y otros fenómenos que caracterizan hoy la variedad americana del español, hemos de tener presente dos fuerzas que configuran esta modalidad: el arcaísmo y la innovación. Aunque contrarias, interactúan en el mantenimiento y desarrollo de ciertos rasgos muy peculiares, dándole una peculiar fisonomía.
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