En una entrada anterior se analizaban las claves de la política lingüística seguida por España en América y la visión del indio que de ella se desprende. Hoy analizamos la política lingüística en relación con una actitud «paternalista» ante el indígena.
Política lingüística tras los procesos de independencia
Tras la independencia, los intereses de las clases criollas (promotoras y protagonistas de esos procesos) y las comunidades indígenas no iban siempre en consonancia; de nuevo surgen discordancias o falta de coherencia entre las propuestas prometidas y la realidad de la acción política y muchas de las promesas de los ideales y manifiestos insurgentes quedaron en el vacío.
Después de doscientos años de independencia americana, estas comunidades siguen marginadas y las lenguas autóctonas, incluso las más utilizadas, viven hoy con graves problemas de dispersión y estimación social.
Creo que, en este asunto, estamos ante un tema básico de la interacción entre individuo y sociedad. Del conocimiento o no de una lengua depende la integración plena de un individuo en la sociedad; por ello, tan perjudicial es forzar el uso de una lengua como obligar a su desconocimiento.
Quiero decir con esto que, repasando los procesos históricos de independencia, nos encontramos cómo en ocasiones se mantiene al indio en su lengua, con la excusa de defender lo tradicional, y con ello se le impide acceder a otras posibilidades sociales que no sabemos si quiere o no, pero sobre las que en realidad no puede elegir.
¿Qué es el «paternalismo lingüístico»?
Este «paternalismo lingüístico indigenista» no es solo propio de movimientos del siglo XIX, sino que ya fue insinuado contra la actuación de las órdenes religiosas, especialmente las más celosas en la preservación del indio en su mundo y su segregación de la sociedad criolla, como fue la acción de los jesuitas.
En este sentido, se ha cuestionado la idea de la «conveniencia» de que el indio no supiera español, de la protección excesiva del indio, considerado como un niño al que hay que tutelar para que no se emancipara.
En concreto, Robert Ricard ha expresado que algunas órdenes tenían, aunque de una manera inconsciente, un secreto deseo de dominación. De esta forma, la barrera lingüística era «saludable» porque evitaba la posible emancipación del indígena, para la cual el aprendizaje de la lengua española era un primer paso necesario.
Mientras se mantuviese la barrera lingüística, ellos eran los indispensables intermediarios entre los indios y los funcionarios civiles, entre los fieles y la autoridad episcopal, eran los jefes y señores de sus feligreses, ya habituados a una obediencia dócil por su larga servidumbre precortesiana. Una excesiva tutela y protección, hizo comunidades «idílicas» y autosuficientes de indios guiados espiritualmente en la fe, pero aislados del mundo.
Actitudes de este tipo colaboraron a la creación y consolidación de comunidades indígenas protegidas, pero no independientes, pues su conexión con el mundo exterior se articulaba a través de la figura imprescindible del religioso.
El problema adquirió tintes dramáticos cuando las órdenes religiosas desaparecen, bien por expulsión -caso de los jesuitas- o por persecución tras los procesos de independencia. En esos momentos, el indio protegido se encontró de golpe con la sociedad criolla del XVIII, un mundo hecho en el que tenía escasas posibilidades de encajar. Así lo expresa Ricard:
«La cosa no ofreció mayores inconvenientes mientras los religiosos estuvieron entre ellos, puesto que su presencia remediaba este aislamiento: protegían a los indígenas contra los abusos de los funcionarios y en general de todos los españoles, servían de intermediarios entre el episcopado y las autoridades laicas, vigilaban la prosperidad material y moral de la comunidad de que estaban encargados. Pero el día en que fueron obligados a marcharse, los indios ya no tuvieron protectores, ni intermediarios, ni consejeros, ni directores; se encontraron bruscamente aislados, miserables y sin defensa».
[…] (sigue en Política lingüística y visión del indio 2) […]
Muy interesante, el artículo, efectivamente, la política de «protección» o sobreprotección que inmobilice a la población campesina andina y se legitime este hecho en el actuar propio del poblador altoandino en reclamar y ser base del conjunto de sus relaciones sociales esa sobreprotección que en el fondo lo inutiliza y tiende a ser más proclive al clientelismo político de los estados neoliberales de América latina y por ende así, asegurar su dominio lejos de la expectativa de la independencia.
Muchas gracias, Arturo, por el comentario. Es un tema complejo, pero importante por sus consecuencias hasta hoy. Gracias por la aportación.