Últimas cartas del obispo Valdivieso
Las dos últimas cartas que conservamos de fray Antonio de Valdivieso son de 1547 (12 de mayo y 10 de noviembre) y están impregnadas de amargura e impotencia:
«y así en esto no ay más que dicho como que las cosas desta probinçia están como estavan y peores cada día».
Aparece en ellas la visión del indio como el gran damnificado y abandonado por la Corona, hasta el punto de que sugiere que los esclavos son mejor tratados:
«Ya he hecho relaçión a Vuestra Alteza que el estado de estos miserables es tal, que les sería próspero el de esclavos; porque éstos son tratados como ombres, y los naturales como bestias y mucho más respeto se tiene a las bestias que a ellos«.
Valdivieso apunta directamente a los responsables
De nuevo sus quejas van hacia el comportamiento de las justicias y de las familias poderosas como responsables de un deterioro social que le parece insostenible.
No obstante, se observa un cambio de enfoque pues, por encima de todo, quedan tangibles en ellas dos sentimientos positivos:
- De una parte, la tranquilidad personal de la obligación cumplida, porque el Obispo considera que ha hecho su trabajo, aunque no haya obtenido los frutos deseados:
«Bien creo que no faltarán en el muy alto Consejo quexas de mi porque acá no faltan y desasosiegos hartos no le faltaría que decir de mi si lo supiesen conocer, porque ay hartas faltas, pero de lo que ellos se quexarán y acá se quexan es de que hago lo que devo, questo es lo que a ellos les saben mal, porque como an bivido sin horden, toda horden les es violenta«.
Todo ello pese a los inconvenientes y amenazas que sigue sufriendo y que provocaron, por ejemplo, que el día del Corpus de ese año tuviera que abandonar su iglesia.
- De otra parte, en su última carta del 10 de noviembre se muestra muy esperanzado con los frutos de la evangelización. Aunque se sigue causando sufrimiento a los naturales,
«es inmenso el provecho espiritual que está hecho en los naturales, porque al presente ando visitando mi obispado y tengo visitada la mayor parte dél y visito cada ánima por sí por conocer el rostro de mis ovejas y como digo es tanto el bien que yo y todos los que lo veen estamos espantados. La mayor parte de las ánimas podrían enseñar la fe a muchos de los que viven en esos reynos. Quanto a la fe infusa, Dios que la da sabe lo que ay, pero la confesión está muy estendida; quanto a las obras no es de maravillar que aya en ellos flaquezas, pues las veen en nosotros que las enseñamos«.
La llegada del licenciado Cerrato y el fin de Contreras
La llegada a la Audiencia del Licenciado Juan López Cerrato en 1548 con el encargo de aplicar las Leyes Nuevas no cambió sustancialmente el panorama.
El propio Valdivieso tendría ciertas desavenencias con él por cuestiones de jusridicción eclesiástica y otros asuntos, hasta el punto de que Carlos I le escirbe: «vos ruego y encargo que no tengáis diferencia alguna con él y con los otros nuestros ministros y toda paz y concordia sin os entremeter en lo que a ellos toca de hazer, sino solo que lo que toca e yncumbre a vuestro oficio pastoral que nos screbimos al dicho licenciado que tampoco se entremeta en lo que es a vuestro cargo, sino que cada uno entienda en lo que al suyo».
En 1549, Rodrigo de Contreras no era ya gobernador y había tenido que viajar a España acusado de incumplir las órdenes reales. Su mujer, María de Peñalosa, recibe noticias de la información remitida por Valdivieso al Rey. Desde ese momento se gesta el asesinato, alentado al parecer por Juan Bermejo, uno de los conjurados de Perú y deseado por Pedro y Hernando, los hijos de Contreras.
Cómo se consuma un asesinato
A primera hora de la tarde del 26 de febrero, Bermejo, Hernando Contreras y Castañeda, un fraile dominico apóstata también llegado de Perú, van a casa de Valdivieso. Allí lo encuentran jugando al ajedrez con fray Alonso de Montenegro y consuman su plan.
«Acaba ya, carnicero, que bien basta lo que hoy has hecho»,
cuentan que dijo el Obispo a su atacante. Incapaz de levantarse por la lesión en la médula, fray Alonso lo asistió y confesó, y aún pudo rezar dos Credos mientras yacía desangrándose.
Antonio de Valdivieso muere en brazos de su madre, Catalina Álvarez de Calvente, quien posteriormente firmará sus cartas como la madre del mártir obispo de Nicaragua.
Si para su hijo escribir sus dificultades había sido un paliativo de su angustia e impotencia, a su madre le consuela que así lo hiciera, pues cumplió en ello con su obligación:
«consuélome con que a lo menos el mártir de mi hijo vuestro capellán avisó desto a Vuestra Majestad» (carta de 8 de marzo 1551).
El Obispo fue enterrado rápidamente y sin solemnidad en un lugar no conocido con seguridad hasta el hallazgo del año 2000, quizá para evitar nuevas vejaciones de sus enemigos.
Su muerte no cambió la constante social de Nicaragua, pero tuvo un fuerte impacto en su época y comenzó desde ese mismo momento una leyenda que considera a la ciudad como lugar maldito, en justo castigo por esta muerte. Así lo cuenta Vázquez de Espinosa:
«La ciudad desde que se fundó había ido en aumento y opulencia, y desde el gran sacrilegio que cometió el Contreras matando a su prelado, comenzó a sentir el castigo del cielo con grandes plagas y desastradas muertes: las mujeres no parían a luz sus hijos, y los que nacían, no se lograban; el volcán vecino dio grandes truenos y bramidos […] teniendo el Santísimo Sacramento sacado en medio de la plaza, pidiendo a Dios misericordia y que aplazase su justa ira, que para aplacarla dejarían aquel lugar maldito, donde tan gran homicidio y sacrilegio se había cometido, matando violentamente a su prelado y pastor«.
La imaginación popular ha gestado muchas versiones y variantes, entre ellas que fue decapitado y su cuerpo sin cabeza se aparece los Sábados de Gloria en la Catedral.
La visión de Valdivieso plasmada en sus cartas, sobrepasa la estricta aplicación de una legislación elaborada con la finalidad específica de proteger al natural de los abusos y violencias que la primera etapa de la conquista había protagonizado, arropados por el desgobierno y la distancia de los organismos de control metropolitanos.
Cualquier individuo podría haber llevado las Leyes Nuevas a Indias, pero predicarlas y hacerlas valer como él exigía la intensidad de una convicción profunda que la Corona no supo comprender ni proteger.
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