El conquistador está inmerso en un universo de signos de los que poco a poco va tomando conciencia.
Utilizo el término signo en su sentido más amplio, porque todos lo elementos que encuentra a cada paso son fuente de conocimiento para él. Así lo advierte Obregón, quien afIrma estar atento a lo que él llama genéricamente señales, vocablo en el que hemos de ver el amplio contenido semántico que dos siglos más tarde recogería todavía el primer diccionario académico, el Diccionario de Autoridades.
Interpretar América
Estas señales que interesan al descubridor pueden ser naturales o artificiales pero, en todo caso, el intercambio de información mediante signos se produce. Es en ese proceso en el que indígenas y europeos deben entenderse porque por encima de ellos, la realidad desbordante y la influencia de sus respectivas creencias, condicionan la comunicación que se produce, a partir del contacto entre ambos, en un mundo natural que es real.
Esta realidad del entorno físico y del contacto humano adquiere, no obstante, una nueva dimensión maravillosa, gracias la lectura que hacen de los signos respectivos las dos comunidades culturales que en él se van a encontrar. Lo maravilloso no está en la naturaleza americana, sino en la interpretación que indígenas y europeos hacen de sus respectivos mundos:
La «lectura» de la naturaleza que le rodea confirma o destruye las esperanzas del conquistador: los valles fértiles son identificados con la riqueza y la prosperidad, mientras que las altas y ásperas sierras de extremada vegetación y espantosa oscuridad auguran tierras pobres y difíciles en las que el descubridor sólo intuye la muerte.
En la misma medida, el indio observa los cambios que el europeo in- troduce en su entorno natural. Valga como ejemplo la impresión que les causa el negro africano llevado a América como esclavo:
«de manera que acordaron darse y bajar de paz; y antes pidieron y capituiaron que fuesen de allí los negros, porque los espantaban. Y, atemorizados, no osaban bajar hasta que se les concedió lo que pedían. Fueles preguntado la causa porque temían a los negros; respondieron que eran informados que volaban por los aires y los sacaban de las cuevas» (cap.17, l).
La interpretación de las señales
El conocimiento de las señales emitidas por los indios es la mejor garantía para su supervivencia y para el éxito de la empresa. Estas pueden ir dirigidas a los cristianos o a otros indios y, fundamentalmente, son de dos tipos:
a) Signos de guerra: humos, bailes, gritos y gestos con los que muestran su hostilidad hacia el intruso:
«visto [por] el enemigo que le llevaban su bastimento después de la promesa de amistad, tiró una flecha por alto, que es entre ellos señal de enemistad y desafío» (cap. 7, l).
«Esta liga y junta de indios fue llamada con muchos mensajeros y altos humos en cantidad; súpose esta batalla trecientas leguas de donde se dio de Cinaro, dende a dos días, la cual entiendo y sospecho fue sabida por medio y traza del demonio o por la seña de los humos, y esto tengo por más cierto, porque se van entendiendo y avisando por horas de pueblo en pueblo y de provincia en provincia, de manera que con esta seña y aviso se supo en dos días que averigüé se vino a saber en la provincia de Cinaro, trescientas leguas de Zaguaripa» (cap. 27, l).
b) Signos de honor y amistad, tales como sahumerios, soplar al cielo, ofrenda de alimentos, etc.:
«a los cuales [cristianos] hizo señal de paz tocando la cometa y muchas lumbradas para que el gobernador lo supiese» (cap. 9, l).
«Hizo [el gobernador] amistades entre los del río de Petlatán y éstos de Ocoroni, las cuales aceptaron, para cuyo efecto y señal entre ellos usada se dieron unos a otros los arcos y flechas» (cap. 12, l).
Los soldados cristianos son, por su parte, otra importante fuente de signos para los indios, ya que aquéllos realizan voluntariamente actos con una marcada intención comunicativa hacia los naturales. Por ejemplo:
- organizan juegos y demostraciones con las annas de fuego cuando llegan a un poblado para poner de relieve su poder, que es interpretado por los naturales como rayos y truenos del cielo;
- colocan cascabeles a los caballos durante las velas porque saben que el ruido atemoriza en externo a los indios;
- elevan una cruz en cada pueblo como señal de su religión y guardan en todo el trato con los indios, un enorme cuidado de sus gestos, porque saben que estos van a ser analizados e input de una determinada conducta.
Restricciones de la comunicación no verbal
La comunicación con el indígena se establece mediante todos estos signos que, si bien pueden adolecer para el lector actual de un carácter muy primario, son no obstante imprescindibles en la toma de contacto y en los primeros pasos del conocimiento mutuo entre dos culturas diferentes.
El entendimiento mediante la lengua oral no siempre era posible, ya que en ocasiones no contaban con un intérprete y aun cuando existía esta posibilidad, el «lengua» no sólo traducía las palabras, sino que interpretaba en su sentido más amplio, con el grave inconveniente de que el indígena que solía realizar esta función no siempre era de fiar.
La mayor parte de las veces, la paz o la guerra se señalan mediante gestos:
«y así [el gobernador] les dio [a los indios] unos alpargates que traía calzados en señal de paz y treguas» (cap. 7, l).
«Y por señas requirió de paz a los naturales […], a los cuales regaló cosas de rescate y de las que ellos carecen en su tierra»(cap. 8, l).
El indio interpreta también ¡os signos y acciones de los conquistadores recurriendo a la fantasía y a los mitos que le proporciona su propia cultura :
«decían –cuenta Obregón– que éramos hijos del sol, que llevávamos rayos y relámpagos y vestidos del cielo, con que nos defendíamos y ampa- rábamo s de sus flechas ponzoñosas» (cap. 276, l).
«Llamaban a los crislianos hombres de hierro y dioses de rayos y true- nos del cielo» (cap. 25, I).
Cuando el conquistador comprende que sus actos son objeto de este tipo de interpretaciones, las fomenta en su provecho y entonces eran ellos los que «decíanles [a los indios] que habían bajado del cielo y que eran hijos del sol, todo lo cual creían» (cap. 2, II).
«Díjoles que no se ausentasen ni escusasen de lo que les fuese manda- do y aunque se subiesen a las nubes no les había de aprovechar, porque en virtud de Dios eran invisibles y no les sería de provecho ninguna resistencia […]; todo lo cual combino en tierra tan nueva y en gente tan indómita»(cap. 15, l).
La creación de signos de poder
Hay, además, un tercer «productor» de signos: Dios. Bajo su auspicio el soldado cree realizar la conquista como un servicio a su religión y al grito de «¡Santiago, a ellos!» no duda en lanzarse a la guerra contra la idolatría, tal y como sus antepasados habían hecho en la Península.
Por encima de ellos, los hombres creen que Dios «vigila» la conquista y advierte mediante signos las buenas o malas acciones de sus vasallos. Ejemplo de ello es el ajusticiamiento de dos guías indígenas por sospecha de traición:
«a los cuales ahorcó el maese de campo Martín de Gamón contra justicia, razón y cristiandad, de un hermoso, florido y fértil árbol, el cual manifestó el delito de la injusta muerte de las guías haciendo señal por divina y milagrosa permisión, de manera que, después de ahorcados, se secó la madera verde y floridas hojas de él, caso milagroso y digno de memoria y admiración» (cap. 7, l).
Con todo ello se ve generando un universo de interpretaciones que la experiencia del soldado y descubridor irá interpretando.
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