«La primera visión de América es la visión de un sueño. El conquistador es siempre, en mayor o menor medida, un alucinado que combina las experiencias y afanes cotidianos con los recuerdos y fantasías del pasado. Así fue también la primera visión que el europeo tuvo del mundo oriental, y es sin duda la de toda conquista y de toda colonización».
Estas palabras de Ángel Rosenblat (1977) nos acercan a la impresión que el mundo americano produce ante los ojos del hombre europeo, el cual llevaba en su mente las aventuras del gran Marco Polo y anhelaba emular sus viajes por los legendarios territorios orientales.
¿Cómo describir este sueño? ¿Cómo interpretar este mundo maravilloso para personas que se encuentran a más de dos meses -con suerte- de navegación al otro lado de un Océano? Este es el problema con el que se enfrenta el cronista indiano y es el que refleja, a cada paso, la Historia de los descubrimientos de Nueva España, de Baltasar Obregón (1584), uno de los documentos que sirven para reconstruir el proceso de conocimiento de América para el viejo Mundo europeo.
Una breve biografía de Obregón
El autor de este texto nace en México, en el año 1544, inmerso en la misma realidad sociocultural que va a describir. Descendiente de una de las más antiguas familias de pobladores que pasaron a tierras americanas, desea seguir el ejemplo de sus antepasados, así como conseguir fama y los recursos necesarios para vivir holgadamente que no puede darle la encomienda paterna heredada en Tezontepec.
Marcha a los 19 años de edad con Antonio de Luna, en una expedición dedicada a la pesquería de perlas en California, y desde entonces participa en varias expediciones por el noroeste mexicano: Sinaloa, Sonora, Nueva Vizcaya y otros territorios.
A lo largo de todas esas incursiones, toma contacto con el mundo indígena que no tiene fronteras con su región natal, con la vida organizada y familiar de la incipiente sociedad criolla.
Tierras por descubrir
Los territorios aún inexplorados constituyen un vasto mundo que necesita ser interpretado para ser aprehendido. Ante él, el conquistador toma conciencia de la diferencia que hay entre los sucesos que está viviendo y las experiencias del Viejo Mundo conocido.
Es entonces cuando recurre a todo el acervo de mitos y leyendas que, desde la antigüedad greco-latina, habían llegado hasta el siglo XVI, enriqueciéndose a través de la poesía y de la prosa novelesca.
La fantasía de esos mitos es, paradójicamente, un medio para comprender y aproximar culturalmente el universo indígena y los fenómenos sobrenaturales que los descubridores creían presenciar.
Surge, así, la comparación con el héroe de los libros de caballería y se produce la influencia de dichas obras en el espíritu de aventura y en la imaginación de unos hombres que veían en su mano la posibilidad de hacer reales hazañas que en nada desmerecían frente a aquéllas que dieron fama y gloria a Amadís y a sus seguidores.
California, Quibira y las Siete ciudades de Cibola son los mitos que aparecen en el documento de Obregón. California era la isla de ensueño donde vivían la reina Calafia y sus Amazonas, célebre por su abundancia en oro y perlas, según se narra en las Sergas de Esplandián (caps. 157 a 178). Quibira, la ciudad fabulosa de calles tan largas que no se podía recorrer en dos o tres jornadas se consideraba tan rica en oro como las Siete ciudades, el pueblo de los zuñi, a las que dedica más atención Obregón.
Alvar Núñez Cabeza de Vaca y tres compañeros más fueron los únicos supervivientes del naufragio que sufrió la expedición de Pánfilo de Narváez en La Florida. Tras diez años de camino por tierras inhóspitas, llegan a México, donde sus extrañas historias de gentes y lugares causan impresión en el virrey Antonio de Mendoza. Este, envía a fray Marcos de Niza en una breve incursión hacia el norte, con el fin de obtener más información.
El efecto de las novedades que trae este religioso no se hará esperar y se levantan los ánimos de la población mexicana, como relata el propio Obregón:
«llegado que fue fray Marcos a la ciudad de México, publicó que deja vistas y descubiertas gran suma de provincias, pueblos, riquezas y siete notables y populosas ciudades, mayores y mejores que las de este reino de México. Y que los naturales que las poseen es gente de mucho concierto, orden y policía en el vestir, comer y lo demás conveniente a su común y ordinario trato. Todo lo cual causó gran codicia y alteración al virrey don Antonio de Mendoza y al marqués don Remando Cortés y a los vecinos, moradores y habitantes de este reino» (cap.2 , l).
¿Cómo interpretar las señales y a través de ellas conocer al otro? ¿Cómo aprender de ellas para tomar las decisiones correctas? De todo ello hablaremos en las próximas entradas, al hilo de la crónica de Baltasar Obregón.
Referencias:
- A. Rosenblat (1977), Los conquistadores y su lengua, Caracas, Universidad Central de Venezuela.
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