En otra entrada comentábamos la definición de diglosia que elabora Ch. Ferguson. Así definida, una situación diglósica no tiene por qué resultar conflictiva en una comunidad, en tanto no se planteen intentos de unificación lingüística.
Lengua A y lengua B en contacto
Pero la lengua «A» es propuesta como «patrimonio común» y vehículo de cultura; mientras la lengua «B» suele ir camino de la extinción al verse reducida a una función socialmente irrelevante, pese a ser la lengua propia del pueblo. Estamos en este caso en un proceso que W. Weinrich llamaba sustitución y que desemboca en que una de las lenguas quede como sustrato lingüístico y cultural de esa comunidad, mientras que la otra se expande como superestrato.
La defensa de la lengua «B» será posible sólo si se muestra como vehículo de cultura y accede a la enseñanza en todos sus niveles y a los medios de comunicación, para lo cual es indispensable que cuente con una base social fuertemente consciente en el terreno lingüístico y orgullosa de su identidad como pueblo.
En este sentido, juega un papel decisivo lo que algunos estudiosos de estos problemas designan como lealtad lingüística.
El fin de una situación de diglosia
Hay, no obstante, diversos factores que pueden hacer desaparecer una situación de diglosia:
- Una alfabetización más extensa
- Una comunicación más vasta entre diversos sectores de la sociedad
- El deseo de poseer una lengua estándar nacional como atributo de autonomía y soberanía
Otros conceptos de diglosia
El término diglosia, ha sufrido otras interpretaciones y matizaciones
– Para Georges Mounin es la situación
«en la cual el uso de cada una de las lenguas coexistentes se limita a determinada circunstancia particular de la vida: por ejemplo, uso oficial del francés en las grandes ciudades de África, opuesto al uso familiar y corriente que los mismos hablantes hacen de su lengua materna» (Diccionario de Lingüística, Barcelona, 1979, s.v.).
– Manuel Alvar, en el ámbito de sus investigaciones sobre dialectología del español, habla de diglosia específicamente para la utilización simultánea de la lengua nacional y de un dialecto; la primera provoca interferencias fuertes por los medios de comunicación y los cauces de la lengua escrita y literaria.
Advierte Alvar cómo la superación frente a la modalidad local, puede provocar en algunas ocasiones cierta «dialectofobia» que, más que resultado de un proceso de política lingüística impuesto, es el producto del posicionamiento -tácito o expreso- de los propios usuarios de la variedad dialectal.
De nuevo el concepto de lealtad lingüística se presenta como clave para la resistencia y la apreciación de las lenguas.