Algunos hablantes del mundo hispánico tienen claro el nombre de su lengua materna, pero otro sudan entre castellano o español.
Amado Alonso en su importante trabajo Castellano, español, idioma nacional: Historia espiritual de tres nombres, explica cómo fue surgiendo el término español en nuestra historia:
«Así, pues, mientras Castilla fue un puñado de condados o un reino entre los reinos peninsulares, su romance, cuando se especificaba, se llamó casi únicamente castellano: el romance de los castellanos, para distinguirlo de los romances de los leoneses, aragoneses, gallegos, catalanes. Pero Castilla, saliendo de su casa, castellanizó el centro y sur de la Península, y luego se unificó con los reinos de León, Navarra y Aragón, que adoptaron en común el hablar de Castilla.
La unificación española coincidió con el despertar renacentista de las conciencias nacionales en Europa: España, Francia, Inglaterra, Alemania, y, con menos fortuna y coherencia, Italia. Entonces, junto a los que siguieron tradicionalmente llamando castellano al hablar de todos, hubo muchos que empezaron a ver intencionadamente en el idioma una significación extrarregional y un contenido histórico-cultural más rico que el estrictamente castellano. Y junto al arcaísmo «castellano» empezó a cundir el nombre de «español», ya usado algunas veces en la Edad Media, pero que ahora tenía la fuerza interior de un neologismo oportuno.»
Castellano y español se han turnado como denominaciones del idioma en la documentación administrativa y en textos políticos en España. Esta alternancia se ve en los textos continucionales y no siempre está vinculada al régimen político presente en ese momento, sino más bien suele producirse una reacción respecto al anterior.
Por esto, la última Constitución española (1978) proclama que «el castellano es la lengua española oficial de Estado», así como «Las demás lenguas españolas [son] también oficiales en las respectivas comunidades autónomas».
La Real Academia siempre prefirió español, quizá por influencia de Menéndez Pidal, para quien había un antes y un después de la unidad lingüística peninsular que se produce en el reinado de los Reyes Católicos:
«El término castellano puede tener un valor preciso para designar la lengua de Alfonso el Sabio y del Arcipreste de Hita, cuando la unidad nacional no se había consumado, y cuando el leonés y el aragonés eran lenguas literarias. Pero desde fines del siglo XV la lengua que comprendió en sí los productos literarios de toda España (pues en ella colaboraron hasta los más grandes autores portugueses…) no puede sino ser llamada española».
1492 es una fecha histórica que tiene importantes consecuencias lingüísticas, entre ellas, la unidad de la península bajo una lengua vehicular: el antiguo castellano que ahora se llama con todo derecho español, aunque -tomo en tantas otras cosas- España sea original y use como nombre de su lengua una palabra que no lo es.